XoroFem: Resistencia desde la cancha, una apuesta colectiva de mujeres lesbianas y disidencias 

Por: Luciana Carrasco, Yaritza Contreras y Sofía Venegas

El fútbol no siempre ha sido un refugio seguro para todas. Mucho menos para las lesbianas. En canchas de tierra, cemento o pasto sintético, muchas jugadoras no solo deben esquivar rivales, sino también comentarios hirientes, burlas y distintas formas de discriminación. Porque el cuerpo que juega también carga con lo que representa: género, clase, identidad.

Es en ese contexto que nace XoroFem (@Xorofem_FC), un equipo de fútbol femenino que reúne a mujeres y disidencias lesbianas con el objetivo de crear comunidad a través del deporte. Se trata de un espacio autogestionado, donde el fútbol no solo es punto de encuentro, sino también una herramienta para resistir, habitar lo colectivo y reconstruir las formas de vincularse.

Sus integrantes cuentan que todo comenzó en un equipo mixto, donde coincidieron con otras chicas igual de apasionadas por el fútbol. Entre conversaciones, armaron un grupo de WhatsApp para coordinar partidos, y finalmente concretaron su primer encuentro el 28 de enero de este año, 2025.

El nombre del equipo surgió como una broma interna, cuando arrendaban una cancha llamada Canchas Fem. En medio de las risas nació el término “xoro”, usado tanto con humor como con sentido identitario: una apropiación de la palabra que, resignificada, hoy les representa.

“Yo no conocía casi a nadie trans o no binarie. Me costaba muchísimo tener amigas lesbianas, y jamás había conocido mujeres masculinas que se parecieran a mí”, cuenta Isa, una de las jugadoras que llegó al equipo a principios de este año, invitada por una amiga en común que ya participaba activamente.

Para ella, poder hablar de temas de género con personas que realmente comprenden su experiencia por haber vivido algo similar es algo muy valioso.“Me hace sentir muy tranquila saber que, al llegar a la cancha y ver a personas que entienden cuál es mi dolor, lo comparten y no te juzgan por tenerlo.”

Desigualdad y violencia cotidiana

Mientras miles se organizan desde los márgenes para jugar fútbol, el acceso a la profesionalización sigue siendo profundamente desigual. En Chile, para la temporada 2025, la Primera División masculina y la Primera B reúnen un total de 32 equipos profesionales, sin contar la Segunda División Profesional ni la extensa red de ligas amateur bajo la ANFA (Asociación Nacional de Fútbol Amateur), que agrupa a miles de clubes de base en todo el país.

En contraste, la Primera División femenina proyecta apenas 16 equipos para este año. Y aunque también existe una Primera B femenina, la brecha es evidente: no solo en cantidad, sino también en las condiciones de entrenamiento, visibilidad mediática, acceso a recursos y respeto institucional. Muchas jugadoras entrenan con la misma intensidad que sus pares hombres, pero lo hacen sin contratos, sin sueldos, sin seguridad social y, en muchos casos, sin siquiera un camarín propio.

Pero no se trata solo de abandono estructural: también hay violencia cotidiana. Según el Estudio Sudamericano de Fútbol Femenino, el 52 % de las jugadoras encuestadas declaró haber recibido bromas de doble sentido, silbidos o piropos; un 40 % ha sido víctima de comentarios inapropiados, y un 36 %, de gestos obscenos. En cuanto a discriminación, el 85 % ha vivido situaciones por razón de género, y un 42 % ha sufrido discriminación por clase, origen u orientación sexual.

Nada de eso está lejos de la experiencia de las jugadoras de XoroFem. Nos cuentan que, en varias ocasiones, se han sentido incómodas y observadas por hombres con los que comparten las canchas, especialmente por cómo van vestidas, tanto ellas como sus parejas.

“Yo me acuerdo de que un día fui con mi polola, y ella andaba con un corset. Mientras salíamos de la cancha, me agarró la mano y como que me pegó a ella un poco. Yo no entendí en el momento, pero después, ya en el auto, me dice que un varón la había estado mirando el pecho de forma súper descarada, justo cuando yo estaba al otro lado”, relata Isa.

Y ese no ha sido el único momento de acoso. En distintas ocasiones han recibido gritos, abucheos y miradas despectivas por parte de hombres. Sin embargo, lejos de retroceder, se fortalecen. Ella lo resume con claridad: “Si a alguna le hacen algo, sabemos que vamos a partir todas a defenderla.”

Pioneras: la memoria lésbica en el fútbol femenino chileno

Para entender la importancia de equipos como XoroFem, también es necesario mirar hacia atrás: al recorrido histórico de las mujeres y disidencias que han empujado los límites del fútbol mucho antes de que existiera una estructura profesional.

En 1991, Chile participó por primera vez en un Campeonato Sudamericano Femenino. Fue en esa instancia donde Ada Cruz marcó el primer gol en la historia de la selección femenina, convirtiéndose en una de las primeras grandes figuras del fútbol nacional. La acompañaron otras pioneras como Bella Lemus, la primera capitana de la Roja femenina; y Fabiola Ramírez, parte de ese primer plantel que vistió oficialmente la camiseta de Chile, bajo la dirección técnica de Bernardo Bello.

Nombres como Paulina Leiva, Georgina Espinoza, Sandra Ampuero, Mabel Berríos, Isabel Berríos, Ximena Alburquerque y muchas más componen una generación fundacional que jugó en un contexto sin contratos, sin derechos laborales y con una cobertura mediática prácticamente inexistente. Aquella primera selección, olvidada por años, es hoy parte esencial de la memoria colectiva del fútbol femenino.

Entre las referentes más visibles en tiempos recientes está Alexandra Benado, exfutbolista y capitana de la selección, quien también ha sido ministra del Deporte y una figura clave en la lucha por los derechos de las familias homoparentales. Su trayectoria pública ha hecho visible una identidad lesbiana que, históricamente, fue marginada del relato oficial del deporte.

También destacan Fernanda Pinilla —defensora, física y ex presidenta de la ANJUFF— y Christiane Endler, arquera de la selección nacional, ganadora del premio The Best FIFA y considerada una de las mejores del mundo en su puesto. Ambas han hablado abiertamente de su orientación sexual, rompiendo con los silencios que durante décadas marcaron la vida de muchas deportistas lesbianas.

El fútbol como herramienta comunitaria

La práctica deportiva puede desempeñar un rol relevante en la generación de cohesión social, construcción comunitaria y fortalecimiento de vínculos afectivos. Así lo demuestran diversas investigaciones en el ámbito del Deporte para el Desarrollo, como el estudio realizado por Hormazábal, Rendic y Pellicer, en 2024, que sistematiza intervenciones socio-deportivas en barrios de alta vulnerabilidad en Chile. Los resultados evidencian que, al ser implementado con un enfoque territorial y participativo, el fútbol permite promover la resiliencia, la organización vecinal, el sentido de pertenencia y el uso comunitario del espacio público.

En este marco, las experiencias de equipos autogestionados como XoroFem adquieren especial relevancia, ya que demuestran cómo la práctica deportiva puede contribuir al fortalecimiento de comunidades diversas, incluso fuera de marcos institucionalizados. Si bien se desarrollan en contextos distintos a los programas sistematizados, comparten con ellos una orientación hacia el desarrollo de vínculos significativos, la apropiación del espacio y la generación de entornos seguros para personas históricamente marginadas del deporte.

En particular, destaca la importancia de la visibilidad en estos procesos. La presencia de personas con proyección pública dentro de estos espacios deportivos puede actuar como un factor movilizador para la participación de nuevas integrantes, especialmente entre sectores que tradicionalmente no se han sentido interpelados por el fútbol.

Kiara, jugadora que se incorporó recientemente a XoroFem, lo expresa así: “Me parece que es importante que las personas que tienen una plataforma la usen de manera responsable. (…) yo rescato muchísimo cuando las personas que tienen una gran plataforma la usan para concientizar de las cosas importantes. Y en especial, siendo una persona que también es de la comunidad.”

En este sentido, la participación de Akrila (@akribb), jugadora y defensa del equipo, reconocida en la escena musical urbana chilena, ha tenido un efecto concreto al contribuir a la mediatización del equipo y ampliar sus redes de alcance.

Tal como se ha documentado en contextos comunitarios, la práctica del deporte puede convertirse en un factor protector y de desarrollo social, no solo en términos físicos, sino también psicosociales. El fútbol, en este caso, permite articular procesos de empoderamiento individual y colectivo, creando entornos de confianza donde las relaciones sociales se basan en el respeto, la solidaridad y el cuidado mutuo.

La evidencia demuestra que estas experiencias pueden impulsar la conformación de redes locales, la activación de liderazgos y la generación de espacios seguros para mujeres, disidencias y juventudes. Así, el deporte no solo funciona como un espacio de recreación, sino también como una herramienta con un alto potencial transformador en los territorios donde se desarrolla.

Más que un juego

El fútbol, practicado desde experiencias disidentes y autogestionadas, no solo desafía las estructuras tradicionales del deporte, sino que también se convierte en un espacio de reconstrucción identitaria y emocional. Equipos como XoroFem permiten resignificar lo que significa jugar, pertenecer y ser visibles desde cuerpos e historias que históricamente han sido marginadas.

Lejos del activismo institucionalizado, la mera existencia de estos espacios funciona como una resistencia silenciosa pero constante. Kiara, lo explica así: aunque no sea «activismo activamente», como ella misma aclara, el simple hecho de crear lugares donde divertirse, hacer deporte o compartir con otres, especialmente para quienes suelen quedar excluides de otros ámbitos, ya es en sí mismo un acto de rebeldía. «Poder tener un espacio así… creo que igual es resistir», concluye

Este tipo de prácticas permiten no solo compartir la pasión por el deporte, sino también habitar un lugar común desde la seguridad, la validación mutua y el derecho a ser. La cancha, en este contexto, se transforma en un territorio donde la corporalidad y el talento pueden desplegarse sin censura ni juicio.

La fuerza de estos espacios no reside únicamente en su capacidad de contener, sino también en su potencial para desafiar las barreras que aún persisten. Isa, plantea con convicción: “Soy fiel creyente de que el talento muchas veces puede romper barreras discriminatorias.”

Frente a una cultura deportiva que aún reproduce exclusiones por género, clase e identidad, estas experiencias ofrecen algo distinto: no solo un lugar para jugar, sino también una forma de existir.

Aunque el equipo no niega la posibilidad de expandirse más allá de estos ámbitos, entre risas cuentan que les gustaría probar otros deportes, como el golf, o quizás jugar vóley. El futuro es incierto, pero lo que queda claro es que el compañerismo que hay en estos espacios se mantendrá tanto dentro como fuera de la cancha.

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