Imagen de Female Magazine Singapore
Por Beatriz Arias Moraga
Entre colores, estampados y formas que desafían lo convencional, la moda «quirky» lucha por mantenerse viva en una era cada vez más minimalista.
La moda siempre ha sido un espejo de los tiempos, y en los últimos años, la estética limpia —conocida como clean aesthetic — ha tomado por asalto redes sociales, pasarelas y armarios. Siluetas sencillas, tonos neutros, cortes impecables y una sobriedad elegante definen este estilo que muchos vinculan con el lujo silencioso y una cierta nostalgia por el orden visual.
Pero ¿dónde queda la creatividad sin filtros, el juego sin reglas y el goce estético de vestir por placer? El quirky fashion (“moda rara” en inglés), esa corriente juguetona que mezcla estampados, colores llamativos, referencias nostálgicas y piezas únicas, parece estar en retroceso. No por falta de imaginación, sino por un cambio de paradigma cultural que favorece lo discreto sobre lo extravagante.
¿Qué es el Quirky Fashion?
Más que una tendencia, el quirky fashion es una declaración de independencia frente a las normas estéticas dominantes. Se alimenta del «hazlo tú mismo», del thrifting, del maximalismo irónico y del vestirse como acto lúdico y personal. Iconos como Iris Apfel, personajes como Jess Day en New Girl o incluso influencers del nicho como Javiera Mieres (conocida por su cuenta de TikTok @turbangirll) reivindican una manera de vestirse que no busca aprobación externa sino autenticidad.
Este estilo no teme mezclar una falda de tul con unas zapatillas chunky ni superponer estampados de sandías sobre camisas con lentejuelas. Su propósito no es encajar, sino destacar, provocar una sonrisa o despertar una conversación.

Jessica Day, protagonista de New Girl. Imagen de Pinterest
El regreso del conservadurismo estético
El auge del clean aesthetic no solo responde a una preferencia visual, sino también a dinámicas socioeconómicas más profundas. En tiempos de incertidumbre —económica, política o medioambiental— las personas tienden a refugiarse en lo familiar y ordenado. La estética limpia transmite control, neutralidad y status sin ostentación.
Además, el crecimiento del «quiet luxury» —marcas como The Row, Loro Piana o COS— y la viralización de looks tipo «old money» en TikTok han reforzado la idea de que la elegancia está en lo simple, lo discreto y lo uniforme.
Esto ha generado un nuevo tipo de presión estética: vestir bien ahora parece sinónimo de vestir correctamente. Se castiga lo «infantil», lo caótico o lo exuberante, lo que para muchos representa una vuelta al conservadurismo: no sólo en la ropa, sino en la manera de habitar el mundo.

Javiera Mieres, Turbangirl, vía Instagram
¿Resistencia o integración?
Pese a todo, el quirky fashion no ha desaparecido: se ha replegado, se ha reformulado y, en algunos casos, se ha infiltrado en lo minimalista. Hay quienes mezclan piezas excéntricas en looks neutros, como un bolso en forma de gato en un outfit beige o unos calcetines neón asomando bajo pantalones rectos.
Otros, como la marca Batsheva o diseñadoras como Sandy Liang, integran elementos del quirky —volados, moños, referencias vintage— en colecciones que coquetean con lo pulcro sin perder el carácter juguetón.
Lo que parece claro es que el péndulo de la moda sigue oscilando. Y aunque hoy domine el orden visual, la necesidad humana de juego, expresión y diferencia seguirá encontrando formas de irrumpir. Tal vez, como dice la artista Miranda July, «la rareza es simplemente una forma honesta de estar en el mundo».
En conclusión…
El quirky fashion puede estar viviendo un momento de menor visibilidad, pero su espíritu sigue latiendo en quienes se visten con alegría, ironía y sin miedo al qué dirán. Porque al final, vestirse también es una forma de contar quiénes somos… incluso si eso cambia todos los días.