Imagen: Forbes
Por Josefa Suárez Velasquez
En un contexto de incertidumbre económica global, la industria de la moda enfrenta el desafío
de adaptarse sin perder su esencia: creatividad, identidad y responsabilidad social.
En medio de un escenario económico global incierto, la industria de la moda se encuentra en
un punto de inflexión. El aumento de la inflación, el descenso del poder adquisitivo y la
inestabilidad geopolítica no solo han sacudido los mercados, también han modificado las
prioridades de los consumidores. Como ha ocurrido en otros momentos históricos —desde la
Gran Depresión hasta la crisis financiera de 2008—, la moda ha demostrado ser mucho más
que un lujo: es también un termómetro cultural y un espejo de la realidad económica.
El informe The State of Fashion 2024, elaborado por McKinsey & Company y Business of
Fashion, pronostica un crecimiento del sector global de entre el 2 % y el 4 %, aunque con
marcadas diferencias regionales. En Europa y América Latina, por ejemplo, se espera una
desaceleración significativa debido al bajo poder de compra, mientras que Asia mantiene cierta
estabilidad gracias a su creciente clase media. El estudio también señala que las marcas
deberán adaptarse a consumidores más cautelosos, menos impulsivos y mucho más exigentes.
El impacto es evidente: marcas independientes como Mara Hoffman o ARQ, que habían sido
referentes del slow fashion, han cerrado o reducido operaciones ante la imposibilidad de
sostener estructuras éticas sin renunciar a márgenes competitivos. El dilema es claro: ¿cómo
mantener una moda responsable en un mundo que exige bajos precios y resultados
inmediatos?

Imagen: Google
A pesar de este panorama, el consumidor no ha abandonado el interés por la moda, sino que
ha transformado la forma en que se relaciona con ella. Según datos de ThredUp, una de las
principales plataformas de moda de segunda mano, el mercado de reventa crecerá un 127 %
para 2026, casi tres veces más rápido que el mercado global del retail tradicional. Las
generaciones más jóvenes, en particular los centennials, valoran la originalidad, la
sostenibilidad y el acceso por encima de la propiedad. En lugar de comprar ropa nueva,
prefieren intercambiar, alquilar o reutilizar.
Otro indicador curioso —y recurrente en tiempos de crisis— es el llamado índice del dobladillo
(“hemline index”), una teoría propuesta por el economista George Taylor en 1926. Según esta
idea, en tiempos de estabilidad económica, las faldas tienden a ser más cortas, mientras que
en períodos de recesión se alargan. Aunque puede parecer anecdótico, lo cierto es que varios
diseñadores, como Miuccia Prada o Rick Owens, han presentado colecciones recientes con
siluetas más sobrias y tejidos más pesados, en aparente sintonía con un ánimo global más
austero.

Fuente: Broquel, 2024
https://www.broquelmagazine.com/post/la-faldas-y-su-advertencia-de-recesi%C3%B3n
Grandes casas de moda han respondido al contexto con estrategias mixtas. Burberry, por
ejemplo, ha reducido la cantidad de colecciones anuales para centrarse en diseños más
duraderos, mientras que Zara y H&M han acelerado sus inversiones en inteligencia artificial
para optimizar la producción y reducir el desperdicio. Al mismo tiempo, las semanas de la
moda, tradicionalmente eventos de glamour y exclusividad, se están transformando en
plataformas de activismo y conciencia social.
En este sentido, la moda no solo se adapta, también reacciona. Como forma de arte, refleja el
miedo, la esperanza y la necesidad de cambio. Lo vimos tras la pandemia, con el auge de
prendas cómodas y colores neutros, y lo estamos viendo ahora con un resurgimiento del estilo
utilitario, los tejidos reciclados y los mensajes políticos impresos directamente sobre la ropa.
El mundo de la moda sigue enfrentando desafíos: cadenas de suministro inestables,
competencia desleal del fast fashion ultrarrápido (como Shein o Temu), y consumidores cada
vez más informados. Pero también hay oportunidades. Las marcas que logren combinar
diseño, propósito y accesibilidad podrían liderar un nuevo paradigma, más consciente y menos
dependiente de ciclos de consumo frenético.
La recesión no ha acabado con la moda. La está transformando. Y quizás, en ese proceso de
cambio forzado, esté la semilla de una industria más ética, más diversa y más resistente.