Por Luciana Carrasco, Yaritza Contreras y Sofía Venegas
En nuestra sociedad, incluso los cuerpos sanos no están a salvo del juicio. A las mujeres deportistas, que dedican horas a entrenar, fortalecerse y superarse físicamente, se les exige además cumplir con un estándar de belleza que poco tiene que ver con la realidad de sus disciplinas. La delgadez, la delicadeza y la suavidad siguen siendo sinónimos de “feminidad” en el imaginario colectivo. Pero, ¿qué pasa cuando una mujer desarrolla músculos, brazos anchos o piernas fuertes por su actividad deportiva? Lamentablemente, en vez de ser admirada por su capacidad física, muchas veces es cuestionada o criticada por “no verse como debería”.
En el proceso de entrevistar y conocer a distintas deportistas, esta problemática ha surgido constantemente. Muchas comparten cómo estos comentarios, aunque intenten ignorarlos, les afectan. Porque sí, incluso las mujeres más fuertes sienten el peso de vivir en una sociedad que impone estándares estéticos inalcanzables.
Hace un tiempo conversamos conYuli, una estudiante que practica power lifting. Ella nos contaba que ha recibido comentarios negativos sobre sus brazos musculosos. Sin embargo, lejos de avergonzarse, aprendió a valorar esa parte de su cuerpo. Nos decía que esos brazos fuertes son el resultado de su esfuerzo, y que pueden levantar incluso su propio peso sin problema. Para ella, eso es motivo de orgullo, no de vergüenza.
Yo también viví algo parecido. Durante mi adolescencia practiqué hockey, justo cuando mi cuerpo comenzaba a desarrollarse. Pasaba mucho tiempo haciendo sentadillas y fortaleciendo mis piernas, lo que hizo que mis muslos se volvieran anchos y potentes. Eran perfectos para el deporte, pero me acomplejaban frente a otras personas de mi edad que no hacían ejercicio. No me sentía fuerte, me sentía “grande”, “fuera de lugar”. No porque mi cuerpo lo fuera, sino porque eso era lo que la sociedad me hacía creer.
La diferencia de percepción entre cuerpos masculinos y femeninos es brutal. Cuando un hombre desarrolla músculos, se le ve como fuerte, disciplinado, admirable. Pero cuando una mujer tiene un cuerpo musculoso, aunque esté en perfectas condiciones de salud, es frecuente que se le mire con extrañeza, que se le diga que “exagera”, que “parece hombre”, que “no es femenina”. El problema no son nuestros cuerpos, sino los ojos con que se miran.
Necesitamos abrir el espacio para una mirada distinta: una que reconozca y valore la diversidad corporal en el deporte femenino. Que entienda que ser fuerte, grande o musculosa no es lo opuesto a ser mujer. Que deje de exigirnos delicadeza cuando lo que realmente cultivamos es fuerza, resistencia y coraje.
Nuestros cuerpos no son errores que necesitan corregirse. Son herramientas con las que rompemos límites y barreras todos los días. Aprender a verlos como tales, y a celebrarlos, es también parte de la transformación que el deporte puede impulsar en la sociedad.