Ropa usada, precios nuevos: la moda circular en Viña del Mar

Por Sofía Albertz, Monserrat Dinamarca, Fernanda Leiva y Marialejandra Rozas

Hasta hace unos años, comprar ropa de segunda mano era una práctica popular entre jóvenes: accesible, creativa y más respetuosa con el medioambiente. Hoy, recorrer tiendas vintage en Viña del Mar es toparse con precios que rivalizan con las grandes cadenas de retail. 

Jeans a $20.000, poleras básicas a $10.000 o chaquetas usadas a valores similares a lo que ofrecen tiendas como Zara o H&M. Lo que fue una alternativa sustentable y económica, hoy parece cada vez más un lujo.

El fenómeno no es exclusivo de Viña, pero se ha intensificado en zonas como el plan y Recreo, donde proliferan locales con una cuidada estética y una curaduría «vintage», pero con precios que alejan a su público original.

“Antes salía de la U y pasaba por ferias o tienditas donde encontraba ropa única a precios piola. Hoy, por ese mismo pantalón te cobran dieciocho lucas. Prefiero esperar una oferta en el mall”, comenta Fernanda Cisterna, estudiante de diseño en la Universidad de Valparaíso.

El problema va más allá del bolsillo. La industria de la moda es responsable del 8 al 10% de las emisiones globales de carbono y cerca del 20% de las aguas residuales del planeta, según la ONU. Frente a ese panorama, la ropa usada emergió como una respuesta necesaria. Pero si los precios ya no permiten acceder a ella, los jóvenes terminan volviendo al fast fashion.

“Las tiendas de segunda mano se han sofisticado, pero también se han desconectado de su razón de ser: ofrecer una alternativa más económica y consciente”, señala Camila Vega, estudiante de Diseño de Vestuario. “El riesgo es que la moda circular se convierta en una estética aspiracional, y no en una práctica transformadora”.

A pesar de que el 87% de los jóvenes chilenos está preocupado por el cambio climático, según la Encuesta Nacional de Medio Ambiente, las opciones realmente sustentables se alejan de sus bolsillos. 

Las plataformas como Shein o AliExpress se vuelven la opción por defecto: son más baratas, tienen mayor variedad y están a un clic de distancia. Aunque su impacto ambiental es altísimo, la necesidad económica pesa más que la conciencia ecológica.

“Entiendo lo malo que es comprar en Shein, pero ¿qué hago si una blusa allá cuesta $5.000 y en una tienda vintage $15.000?”, plantea Valentina Fernández, joven trabajadora que frecuenta ferias en Gómez Carreño. “No todas tenemos $30.000 para armar un outfit de segunda mano”.

Este fenómeno también está ligado al coolhunting, donde emprendedores compran en fardos por kilo y revenden piezas “curadas” con una narrativa de exclusividad. En vez de democratizar la moda, la están reempaquetando como lujo nostálgico

Así, la sostenibilidad se convierte en una estética aspiracional más que en un acto político y comunitario. El problema no es que existan estas tiendas, sino que se están desplazando las alternativas realmente accesibles, como las ferias o el trueque.

 Es momento de preguntarse si las tiendas de segunda mano están contribuyendo a un cambio o simplemente aprovechando una moda. La ropa usada no debería ser aspiracional, ni un símbolo de estatus: debería ser una opción real para todos.

Además, se requiere una política pública que impulse la economía circular en serio: apoyo a ferias locales, incentivos para el reciclaje textil, campañas de consumo responsable y regulación del mercado de ropa usada. En una ciudad universitaria como Viña, esto puede marcar una diferencia concreta.

Volver a vestirnos con sentido no debería ser una tendencia cara, sino un derecho accesible. Porque si lo sustentable se vuelve un lujo, el futuro lo vamos a seguir pagando todos.

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