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¡La placa de cuarzo vuelve a atacar!
Como cada mes, Roberta Mundana, la gobernadora regional del Congreso Ficticio, se preparaba para otro día desafiante.
Era octubre, conocido informalmente como “el mes de las energías”, lo cual ya era suficiente motivo para que los ánimos estuvieran revueltos y las reuniones terminaran con más incienso que acuerdos.
Con su camisa blanca recién planchada, su taza de té de melisa doblemente cargada y una paciencia al borde del retiro espiritual, Roberta entró al salón. Ya estaban casi todos los miembros sentados. Casi.
Faltaba Villa Alemana.
Y cuando Villa Alemana faltaba, significaba que estaba reuniendo energía.
La puerta se abrió de golpe. Una ráfaga de viento —o tal vez de dramatismo— recorrió la sala. Entró ella, envuelta en túnicas coloridas, collares de cuarzo que sonaban como campanillas y una mirada de quien ha visto más allá del plano terrenal… y no le gustó lo que vio.
—¡Les juro que es verdad! —gritó sin preámbulos—. ¡La placa volvió a activarse, me va a volver loca!
Roberta dejó su taza con un golpecito suave.
—Villa Alemana, buenos días… ¿podemos comenzar con el orden del día antes de—?
—¡No! ¡No entienden! —interrumpió, gesticulando con fuerza—. Me están penando otra vez. Y yo se los advertí: si no sacan esa maldita placa, algo peor va a pasar.
Silencio.
Un lápiz cayó al suelo. Valparaíso, el siempre calmado, sonrió con un aire zen.
—Villita… tal vez podrías canalizar esas emociones. Pintar lo que sientes, liberar la energía…
Villa Alemana lo miró como si acabara de invocar al mismísimo mal.
Abrió su bolso artesanal y sacó una carpeta repleta de papeles arrugados. Los extendió sobre la mesa. Dibujos oscuros, casi hipnóticos: cuerpos torcidos, luces flotantes, una enorme roca blanca que parecía respirar.

—Ya lo hice —dijo—. Son las cosas que veo cuando paso por la placa, en mi casa, ¡en todos lados!
Valparaíso asintió, incómodo.
—Están… súper buenas. Tengo un amigo con una galería social, podrías mandárselas—
—¿¡Quieren que me muera acaso!? ¡Más encima en estas fechas! —exclamó ella, golpeando la mesa con ambas manos—. Octubre, el mes de las energías. ¡Y ustedes no me prestan atención!
Quilpué, que dormitaba con la cabeza sobre un informe, se despertó sobresaltado.
—¿Otra vez con la placa? Pensé que eso ya se había bendecido.
—No se bendice lo que es antiguo —dijo Villa Alemana, con tono solemne—. Se tolera. Hasta que te pasa algo.
Mundana, con una compostura casi sobrehumana, se limitó a tomar un sorbo de té.
—Quizá… es solo superstición —dijo.
Villa Alemana se giró con lentitud dramática.
—¿Superstición? —repitió, como si la palabra le quemara los labios—. ¡A mí me salió un feto en el huevo esta mañana!
Silencio sepulcral.
Un proyector parpadeó y se apagó solo.
—En serio, están geniales los dibujos —susurró Valparaíso, intentando recuperar la calma—. Mi amigo tiene una galería, podrías mandar-
—¡No! —interrumpió Villa Alemana con firmeza—. Nadie los ve. Nadie los toca. Son advertencias. ¡No son para tus exposiciones de hippies!
Mundana respiró hondo y anotó algo en su libreta: “Prohibir huevos de gallina para Villa Alemana”.
Cuando la reunión terminó, Villa Alemana permaneció unos segundos más, mirando al techo con expresión distante.
¿Logrará Villa Alemana librarse por fin de las energías que la atormentan, o el mes de octubre volverá a ponerla al borde del colapso? ¿Podrá Roberta Mundana mantener el orden en medio de mantras, té de melisa y discusiones imposibles? ¡No te pierdas el Congreso Ficticio, un universo narrativo donde la mística se junta con la burocracia, la política con el horóscopo, y el absurdo con la más seria convicción de que todo vibra… incluso las actas oficiales!

